De vez en cuando me sorprende la fascinación que las cosas ejercen sobre mí.
Hoy se trataba de unos ojos de un anónimo. Marrones. Normales. Diarios. Creo que me recordaron a los de otra persona...
Recuerdo haber estado pensando día tras día en unos ojos verdes de un ídolo de masas, unos ojos mirados y deseados. No creo ya en los pop-stars ni en los antiguos amores platónicos de mis años adolescentes. Pero me fascinan los ojos.
Diantres, la verdad es que ni siquiera tenían una forma bonita, eran demasiado almendrados, pequeños, con poco brillo...
¿Entonces qué me lleva a escribir de ellos?
De sí, sí, sus ojos. De los de la persona a la que me recordaron.
Ese color que ni es marrón ni otro, ¿que demonios me atrae de esa parte minuscula de su faz?
Sé que miles de chicas, que bien hubieran podido ser yo hace unos años, están enamoradas de unos ojos desconocidos para ellas, aunque nada anónimos. Qué absurda situación. Y sí, hablo de ello con desprecio aún habíendolo sufrido.
Pero he aquí la gran diferencia...me estoy haciendo vieja, pienso.
Analizo a los hombres como sujetos de prueba. Al siguiente, le sacaré los ojos para metérselos en una probeta y adivinar qué parte exactamente me fascina.
Será cosa de la edad, todo a su tiempo, me digo. Pero en los últimos días, semanas, parece que las cosas ya no vuelan ni los sueños son cosas imposibles. Parece que ato mis pies a la tierra para no decepcionarme.
Pero yo... aún me hace ilusión volar, y caer, y jugar y correr. Aunque de un modo diferente e inesperado, y me desato.
Bah, si ni siquiera creo que vayas a leer esto, la cosa es que me da igual si lo haces. Escribo por una ausencia y por necesidad. Distracción.
Ya sabes a qué me refiero.
Cómo odio las frases hechas.
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