Sí, pensaba que, despegándome de todo, lejos de todo lo que le importa al mundo, podría conocer mejor lo que es la vida y todos sus pequeños detalles, esos que se nos escapan si no nos dejamos llevar. La ilusión, el deseo, el instinto... He descubierto que no me servían de nada. Ya no quiero conservar la paz, de nada me valían si teniéndolos me arrebataba a mi misma la libertad de expresarlos.
“Cuando siento no escribo”, decía Bécquer; así que ya sé porque últimamente me cuesta tanto escribir, porque siento, y me encanta.
Definitivamente dejo que los recuerdos de las llamas sigan flotando en el mar de la memoria, porque el miedo, el dolor, la angustia y los gritos han sido imposibles de olvidar. Pero temía que dejarlo todo atrás me ofreciese una perspectiva poco prometedora.
Pero no he puesto punto y final, porque mi punto no era lo suficientemente valiente, y se acompañó de otros dos que le cogieran de la mano. Y el final que debía de ser barranco, caída y muerte, se convierte en brisa y aguas en calma gracias al miedo. Y claro, tardas casi un mes en ver que la vida te ha cambiado de escenario, que también se producen sequías infinitas, que las montañas erosionan y las flores amarillas crecen ya en otros jardines haciendome que las heche de menos, signifiquen o no odio.
El simple roce de las yemas de unos dedos grabaron a fuego una sentencia final en las partes más blandas de mi cuerpo. Y ya no rabio, ni sufro.
me encanta ese punto final que se columbia de mano de los otros dos... uno en cada lado :-)
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